miércoles, 20 de marzo de 2013

Himno al Barça

Mi afición por el fútbol es reciente, relativamente reciente. Mi padre me enseñó a jugar al ajedrez, pero no supo contagiarme su pasión por el fútbol. Mi entorno social me lo puso aun más difícil. El fútbol era la excusa perfecta para verter su ira contra alguien. Despertaba pasiones desoladoras, exacerbaba amistades que todo lo perdonaban, agriaba ambientes afables y, por encima de todo, contrariaba mis veleidades de diversión en un ambiente masculino. La comunicación se entorpecía.

Aquellas pantallas gigantes que estaban tan de moda en los bares se convertían en centro de todas las atenciones. Todas las miradas convergían azoradas sobre ella, era codiciada, anhelada. Yo, algo despechada, desviaba la mirada. Me entraban entonces unas ganas irresistibles de reírme a carcajada suelta: parecían una horda de búhos con la mirada ceñida, des oiseaux de nuit convertidos en aves de rapiña, lechuzas o mochuelos dispuestos a (a)saltar.

Luego, llegaban los interminables y sempiternos comentarios relativos a la mala gestión del árbitro, al penalti que no se pitó y un sinfín de nimiedades que acaban con mi legendario entusiasmo imperturbable. El fútbol, en España, sacaba lo peor del macho, su violencia incontenible. Quedaba a la vista una estrechez mental que, sumada al morbo que afloraba por los poros de la piel velluda, terminaba por provocar tal repugnancia que no me quedaba otra que marcharme a la francesa a falta de poder deleitarme a la francesa.


Me despedí de España una mañana soleada de septiembre. Recorrí mucho mundo, giré alrededor de nuestra inimitable "naranja azul" y finalmente volví a las raíces de la Humanidad. Si bien los viajes me han modelado, sigo apreciando más que nada la grata compañía varonil, no solo por el cortejo, sino por abrirme a espacios recónditos de mi feminidad y librarme de todos los tapujos avasalladores con los que la sociedad ha arropado a las mujeres desde nuestra más tierna infancia. En el país de la Teranga, ahí donde lagos y océanos se incendian en un tumultuoso trance, descubrí la otra cara del fútbol: las reglas del juego, el juego limpio, el colectivo, el tiqui-taca, el espectáculo y la danza. Danzar con una pelota en los pies: ¡vaya reto! ¡Eso es arte, y que me quiten lo bailao!


Hace poco más de una semana escuché a Piqué en la rueda de prensa antes del partido decisivo contra el Milán. Habló con sinceridad, se dio ánimos, muchos ánimos. "No tenemos que callar bocas". Aquellas palabras, cuyo propósito no era sino alentarse, me llegaron al alma. Pensé que el equipo blaugrana no lo tenía fácil, pero que lo iba a intentar. No había escapatoria: El partido tenía que ser un partidazo.




Suelo, cuando me siento a ver un partido, anticipar algunas acciones. Aquella noche, pensé "el primer gol llega (suelo utilizar el indicativo presente para ampliar posibilidades de que ocurra) antes del minuto 5'". Así fue. El argentino abrió el marcador con un gol zurdo en el minuto 4' 43'' que luego apareció en pantalla como minuto 5'. Precisión, entrega y un colectivo infiltrándose en los huecos del Milán... arrancaron al público otro suspiro con la brillante actuación de Messi en el minuto 37'. En la segunda parte, el Barça siguió presionando y el balón que envió Xavi Hernández a Villa fue disparado en las redes milanesas. El encuentro apoteósico terminó con el disparo de Alba: 4-0.


Como sigo fuera España me tocó ver el partido en italiano, lengua de Boccaccio y Dante. El mejor fútbol catalán ante el equipo transalpino comentado en italiano. No hubo apenas diálogo. Sino una lluvia de misiles. ¡Visca el Barça!

http://www.youtube.com/watch?v=NL5B2RiJq1A#

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La louve

Ecrivons sur la page Pendant que la mer dégage Si la mère enrage Elle effacera toutes les pages