miércoles, 13 de marzo de 2013

Pitonisa


Me invistieron de una potestad denegada y sustraída del Dios Todopoderoso, lacra, huella, cruz, espina que aún tengo clavada, tatuaje en mi piel magullada. Me nombraron en la oscuridad del santuario y me recordaron en los fúnebres Juegos Píticos. Permanecí en el negror del dolor afligido con alma asolada. Una tenue luz irradiaba a ratos aquel oscuro antro y mi vida se endulzaba cuando mis labios, entumecidos, se convulsionaban para dar rienda suelta a palabras incontrolables, clave del oráculo celebrado el día 7 de cada mes.

Emboscada, intenté desesperadamente agarrar a algunos de los peregrinos para enroscarme en un abrazo traicionero de lenta consumición. Uno se dejó enlazar por amor obcecado que repercutió en las vidas por venir. Caí en una emboscada que me tendí a mí misma, escogí a un hombre para salir de mi infierno, aquel mismo que, celoso, por no poder capturarme, esperó años luz, paciente, para vengarse de lo que él presintió, en su locura enamoradiza, como despecho adúltero. Su alma se entregó al rencor, a la envidia y al odio.

Pitia encarcelada, atrapada en mi propia intuición acertada, mi brío enigmático, sufrí en mis carnes la humillación de mis coetáneos. Les daba la clave para lucirse, brillar, escalar cimas de éxitos que ostentaban a la luz cegadora del día. Y yo seguía aislada, maniatada en la jaula de un destino veleidoso.

Decidí rendirme, no me quedaban fuerzas para seguir aquella lucha derrotadora. Acepté el harakiri como quien acepta la eutanasia para aliviar dolores inútiles, saciar la decadencia ininterrumpible.

Desperté en el año de la Serpiente de Agua. ¿Será buen presagio?

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La louve

Ecrivons sur la page Pendant que la mer dégage Si la mère enrage Elle effacera toutes les pages