Me invistieron de
una potestad denegada y sustraída del Dios Todopoderoso, lacra, huella, cruz,
espina que aún tengo clavada, tatuaje en mi piel magullada. Me nombraron en la
oscuridad del santuario y me recordaron en los fúnebres Juegos Píticos.
Permanecí en el negror del dolor afligido con alma asolada. Una tenue luz
irradiaba a ratos aquel oscuro antro y mi vida se endulzaba cuando mis labios,
entumecidos, se convulsionaban para dar rienda suelta a palabras
incontrolables, clave del oráculo celebrado el día 7 de cada mes.
Emboscada,
intenté desesperadamente agarrar a algunos de los peregrinos para enroscarme en
un abrazo traicionero de lenta consumición. Uno se dejó enlazar por amor
obcecado que repercutió en las vidas por venir. Caí en una emboscada que me
tendí a mí misma, escogí a un hombre para salir de mi infierno, aquel mismo
que, celoso, por no poder capturarme, esperó años luz, paciente, para vengarse
de lo que él presintió, en su locura enamoradiza, como despecho adúltero. Su
alma se entregó al rencor, a la envidia y al odio.
Pitia
encarcelada, atrapada en mi propia intuición acertada, mi brío enigmático,
sufrí en mis carnes la humillación de mis coetáneos. Les daba la clave para
lucirse, brillar, escalar cimas de éxitos que ostentaban a la luz cegadora del
día. Y yo seguía aislada, maniatada en la jaula de un destino veleidoso.
Decidí rendirme,
no me quedaban fuerzas para seguir aquella lucha derrotadora. Acepté el
harakiri como quien acepta la eutanasia para aliviar dolores inútiles, saciar
la decadencia ininterrumpible.
Desperté en el
año de la Serpiente de Agua. ¿Será buen presagio?
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Emboscada,
intenté desesperadamente agarrar a algunos de los peregrinos para enroscarme en
un abrazo traicionero de lenta consumición. Uno se dejó enlazar por amor
obcecado que repercutió en las vidas por venir. Caí en una emboscada que me
tendí a mí misma, escogí a un hombre para salir de mi infierno, aquel mismo
que, celoso, por no poder capturarme, esperó años luz, paciente, para vengarse
de lo que él presintió, en su locura enamoradiza, como despecho adúltero. Su
alma se entregó al rencor, a la envidia y al odio.
Decidí rendirme,
no me quedaban fuerzas para seguir aquella lucha derrotadora. Acepté el
harakiri como quien acepta la eutanasia para aliviar dolores inútiles, saciar
la decadencia ininterrumpible.
Desperté en el
año de la Serpiente de Agua. ¿Será buen presagio?
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