

Luego, llegaban los interminables y sempiternos comentarios relativos a la mala gestión del árbitro, al penalti que no se pitó y un sinfín de nimiedades que acaban con mi legendario entusiasmo imperturbable. El fútbol, en España, sacaba lo peor del macho, su violencia incontenible. Quedaba a la vista una estrechez mental que, sumada al morbo que afloraba por los poros de la piel velluda, terminaba por provocar tal repugnancia que no me quedaba otra que marcharme a la francesa a falta de poder deleitarme a la francesa.


Hace poco más de una semana escuché a Piqué en la rueda de prensa antes del partido decisivo contra el Milán. Habló con sinceridad, se dio ánimos, muchos ánimos. "No tenemos que callar bocas". Aquellas palabras, cuyo propósito no era sino alentarse, me llegaron al alma. Pensé que el equipo blaugrana no lo tenía fácil, pero que lo iba a intentar. No había escapatoria: El partido tenía que ser un partidazo.


Como sigo fuera España me tocó ver el partido en italiano, lengua de Boccaccio y Dante. El mejor fútbol catalán ante el equipo transalpino comentado en italiano. No hubo apenas diálogo. Sino una lluvia de misiles. ¡Visca el Barça!
http://www.youtube.com/watch?v=NL5B2RiJq1A#
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